domingo, 7 de marzo de 2010

UN POEMA DE AMOR, SU ÚNICA DESCENDENCIA

Empezaba a anochecer y las luces de los coches que se cruzaban conmigo se reflejaban en la autopista como una alfombra luminosa. Caían unas gotas de lluvia sobre el parabrisas del coche, y frente a mí el cielo plomizo presagiaba una fuerte tormenta. Tenía frío. Aún me quedaban al menos tres horas de viaje para llegar a casa, pues el pueblo de mi tía Nuria se encontraba al otro lado del Ampurdam.
Desde que salí de aquel pueblo no me sentía bien. Estaba triste y deprimido. No dejaba de acordarme de la pobre vieja y de lo tremendamente sola que se encontraba. Ella había elegido estar así hacía muchos años y no quería ni oír hablar de las residencias de ancianos. Prefería que la muerte viniera a buscarla a aquel viejo caserón del que descendía toda mi familia materna, a donde se fue a vivir cuando mis padres se instalaron definitivamente en Gerona.
Había ido a verla porque, la verdad, llegué a tener mala conciencia. Hacía seis meses que no la visitaba y ni siquiera le había telefoneado. La encontré más vieja que nunca. Mi tía Nuria era la hermana mayor de mi madre. A sus ochenta y cinco años aún conservaba una gran lucidez y su carácter de siempre: era una mujer dura y podía ser la persona más dulce y cariñosa del mundo a la vez que la más cruel y déspota. Mi madre siempre dijo de ella que era muy bruta: cuando eran jóvenes asustaba con exabruptos a los chicos que se le acercaban interesados por su extraordinaria belleza, seguramente por eso se quedó soltera para siempre. La tía Nuria, según todo el mundo comentaba y por fotografías de la época, fue una mujer guapa y muy hermosa, fuerte de carácter y difícil en sus relaciones con los demás. Nunca se le conoció ningún novio o al menos eso es lo que yo creía.

Lo cierto es que en alguna ocasión debió estar enamorada, según pude deducir de la conversación que horas antes de partir mantuve con ella. Estaba sentada en su pequeña salita. El pelo completamente cano y casi sin dentadura. Me dijo refunfuñando y con la mirada perdida, que la tarde anterior la había dedicado a romper todo su pasado: "Ayer rompí todas las fotos que tenía de toda mi vida -me dijo-. No estoy dispuesta a que una vez muerta mis fotos vayan a la basura. El otro día cuando me sacaron a pasear, vi unas fotos tiradas en el suelo, pisoteadas junto al contenedor de la basura que había en la calle. No sé de quien eran pero eran muy antiguas, y en ellas se veía gente joven y sonriente que seguramente han muerto ya, y yo no estoy dispuesta a que nadie vea imágenes de mi vida una vez que yo me haya ido".

Me dijo que sólo había conservado tres fotografías que me enseñó: una de mi madre con pocos meses, una de ella con veinte años y otra de la abuela. La tía Nuria con veinte años era guapísima. En aquella foto parecía una actriz de cine americana. Qué pena es hacerse viejo. El tiempo destruye todo. Tal vez por eso me encontraba tan abatido esa tarde.

Mi tía guardó aquellas tres fotos en una carterilla de plástico muy vieja que ocultaba entre sus ropas. Yo permanecí callado, sentado junto a ella en la mesa de su saloncito. Se estaba bien allí. El fuego de la estufa era agradable. En silencio sacó de aquella carterita un papel doblado por dos veces y me lo acercó para que lo viera. Era un papel amarillento y antiguo. Lo desdoblé y me dispuse a leer el contenido. Eran unos versos, un poema de quince o veinte versos y estaba escrito con caracteres tipográficos de aquellas viejas máquinas de escribir: una Olivetti, una M-40 tal vez de aquellas de hierro pintadas en negro.

El poema era bellísimo. Debió de ser de un amante enamorado que no encontró correspondido su amor por parte de mi tía. Era un soneto en el que exaltaba la exuberancia, la belleza y la feminidad de una mujer y terminaba su autor lamentando el dolor que causaba en su corazón el no haber podido estar nunca junto a ella: "...sé que nunca podré tenerte, chiquita mía, y hasta que muera te tendré en mi mente, para encontrarte dentro de muchos años, y... en el otro mundo estar junto a ti para siempre...". Me sentí conmovido con aquella lectura y con un acto reflejo le devolví el poema a la tía Nuria. Ella lo recogió, lo plegó muy despacio con sus dedos doblados por el reuma y lo guardó con celo entre sus ropas a la vez que emitía un gemido muy fino y profundo, y chasqueaba la lengua dentro de su boca desdentada.

La miré a la cara. Seguía teniendo la mirada perdida y por sus mejillas arrugadas se deslizaron unas lágrimas. Me quedé sin palabras y sentí una fuerte presión en el pecho que me obligó a tragar saliva. Al final le dije que era muy bonito y pregunté si lo había escrito ella. Sé que fue una pregunta estúpida, pero me sentía un poco desconcertado después de haber leído aquellos versos. Ella se revolvió con la mirada hacia mí y me dijo con gran contundencia: "me lo escribieron a mí, idiota, y es lo único que ya me queda en mi vida".


Ya había anochecido. La lluvia había cesado hacía un rato y puse la radio para cambiar de pensamientos. Me sentía muy mal. Tenía pena de haber dejado sola de nuevo en aquel viejo caserón medio derruido a la pobre tía Nuria. Pero ella deseaba estar sola. Pienso que debe de ser muy duro a los ochenta y cinco años, encontrarte en la recta final frente a la muerte, con las manos vacías y con un poema de amor solamente como equipaje. Esa era su única descendencia en esta vida. Seguramente aquel poema tenía un significado especial para ella: el amor, el marido y los hijos que nunca tuvo... o algo que nadie nunca supo explicarme.

Me sentía cansado y decidí parar en un área de servicio de la autopista para fumar un pitillo y descansar un rato. ¿Quién le escribiría aquel poema de amor a la tía Nuria? Me imaginé a un hombre joven y moreno, peinado hacia atrás con gomina y bigote, que hubo de buscar otra mujer para formar una familia. También me vino a la mente la imagen difusa y amorfa de mi abuelo, besando a mi madre cuando tenía tan sólo cinco años y recordé a mi tía describiéndome aquella escena.

En el interior del establecimiento de carretera se estaba bien. Hacía buena temperatura y el ambiente era agradable. Pedí al camarero un café con leche y me acerqué al teléfono para llamar a mi mujer, pues ya estaba a pocos kilómetros de casa. Carmen me contó no sé qué historia relativa a los niños: que se habían peleado y que la niña le había pegado al pequeño. De pronto me sentí muy feliz de tener tres hijos y de no estar sólo. Reconozco que tal vez fue un sentimiento egoísta o ruin... no sé, pero los seres humanos somos débiles y necesitamos la compañía de los demás para sentirnos más felices. Yo era todavía joven, tenía una familia maravillosa y toda una vida por delante para ser feliz. Mi tía había prescindido siempre de los demás, parece que nació marcada por los astros para ser una persona díscola y dura, que vino a este mundo a sufrir ya que nunca logró encontrarse en paz consigo misma. Siempre me dio la sensación de que la tía Nuria sentía cierto desprecio y subestima hacia sí misma, como si sintiese una inmensa rabia contra la vida. Pero ya no era la de antes. Ahora estaba hecha una ruina, no dejaba de llorar para contar cualquier cosa.
Me dijo que llevaba días obsesionada con su padre, mi abuelo Manuel Arrizabalaga, que así se llamaba, a quien ni mi madre ni ella conocieron nunca, porque al parecer abandonó a mi abuela por una amante cuando ellas eran muy pequeñas. Aunque la tía Nuria esa tarde, me dijo que tal vez lo llegó a ver en una ocasión cuando ella tenía tres años y mi madre uno.

-- Recuerdo que en cierta ocasión --comenzó a contarme mi tía--, vino a casa un señor muy bien vestido que nos miraba a tu madre y a mí con afecto, sonriendo. Recuerdo claramente que discutía de algo con mi madre, y que en un momento de la conversación él la invitó a que nos fuéramos todos a vivir con él.


La tía Nuria sacó un pañuelo pequeño de entre sus ropas y parsimoniosamente se secó las lágrimas. Yo la invité a que siguiera contándome aquella escena, y saber como terminó todo aquello. Imaginé a mi abuela frente a aquel hombre, justificando el haberle desterrado para siempre de sus vidas.

-- La abuela le gritó a la cara que nos dejara en paz, que le había contado a las niñas que su padre se había muerto cuando ellas nacieron. ¿Qué querías que le dijera a las niñas ? –recuerdo que le dijo--. Nos dejaste en la miseria pasando calamidades y te fuiste con aquella pelandusca. Ahora apareces cinco años después y pretendes que se borre de un plumazo todos los sufrimientos que hemos pasado solos. Vete ya... anda. Niñas despediros de este señor que ya se marcha.

Maldigo mi suerte—continuó contando la tía--, porque ciertamente siempre eché mucho de menos su presencia, tanto en casa como en mi corazón. Vuestra madre estaba muy unida a la abuela y siempre estuvo prohibido en tú casa hablar de ese tema. Se desterró de ella hasta el más mínimo recuerdo de tu abuelo, pero yo siempre fui más a mi aire y vi las cosas de otra manera. Ahora pienso que mi madre podía haber sido generosa y haberle perdonado, al menos por darles a sus hijas un padre, que tanto lo hemos necesitado, y vosotros hubierais disfrutado de vuestro abuelo, que no sabemos nadie siquiera la cara que tenía. Pero era tan tozuda la abuela que no dio su brazo a torcer y nos privó para siempre del cariño de nuestro padre. Nunca supimos más de él. Ni siquiera cuando murió ni donde está enterrado. Años después, cuando nosotras éramos mayores, vino la guerra y vete tú a saber lo que fuera de él. ¡Pobre padre!. A solas conmigo misma he hablado durante toda mi vida con él. Era el hombre de mis sueños, a quien le contaba todas mis inquietudes, pero era eso... un fantasma. Y esto, sobrino, me ha atormentado durante toda la vida, y ahora, que estoy todo el día sola, no hago más que darle vueltas y mas vueltas a la misma idea. Ahora sé, que este asunto nos alejó también a tu madre y a mí. Ella estaba muy mediatizada por la abuela, y no permitió nunca que supierais nada de vuestro abuelo

Aquella conversación con mi tía no la olvidaré jamas y aquella frase, con la que me pareció querer disculpar el comportamiento de mi abuelo, me dejó desconcertado y no quise preguntar más. Fue sincera y consiguió en unos minutos cambiar la opinión que sobre mi abuelo tenía formada desde siempre.
Pocos años más tarde, cuando la tía Nuria ya había muerto, me reuní con mi hermana en la notaría del pueblo para cumplimentar su testamento. Hablamos de muchas cosas y por tanto también de la tía Nuria y de nuestro abuelo Manuel. Le hablé de aquella conversación que mantuve con la tía sobre nuestros abuelos. Mi hermana Julia, era seis años mayor que yo y me contó que cuando ella era muy pequeña --yo aún no había nacido--, recordaba que hubo problemas entre nuestra abuela, nuestra madre y la tía Nuria, y que al parecer nuestro padre había sido novio de ella antes de que se casara con nuestra madre. Aquella conversación tuvo lugar en la sala de espera del notario y más tarde en el restaurante donde comimos antes de que cada cual tomáramos rumbo a nuestros respectivos destinos. Estabamos solos Julia y yo, y en un par de horas despejamos muchos episodios sobre nuestra familia, que durante años habían permanecido en la mayor de las incógnitas. Aunque no me atreví a hablarle del poema de amor que en secreto me enseñó un día ya lejano la tía Nuria. Tuve la sensación de descubrir en aquellas dos horas una cajita llena de polvo --la caja de Pandora que alborotó todos los vientos-- capaz de desvelar los secretos de mi vida. Era como si en un momento saliese a flote la historia de nuestros padres ocurrida cincuenta años atrás y que yo desconocía.

-- Papá fue novio de la tía antes que de mamá -- me dijo mi hermana Julia--. Yo era muy pequeña entonces y no entendía bien las cosas, pero recuerdo perfectamente aquellas disputas y celos entre hermanas y como la abuela mediaba entre ambas para imponer una paz y concordia que nunca tuvieron entre sí. Aquella relación me la confirmó mamá hace algún tiempo, antes de que muriese.

-- Ahora entiendo por qué mamá y la tía nunca se llevaron bien, le contesté yo creyendo haber descubierto la clave de muchas cosas. Siempre parecían estar compitiendo en todo y la tía le tiraba a mamá a la yugular cada vez que abría la boca. ¿Y sabes cómo ocurrió aquello? ...¿cómo papá y mamá se enamoraron? ...¿te lo llegó a contar nuestra madre?.

-- Me lo contó mamá algunos meses antes de morir, una tarde de verano en el jardín de casa, en Gerona. Tú ya te habías instalado en Barcelona con Carmen. Creo que la historia se remonta a fechas anteriores al estallido de la guerra civil. Eran muy jóvenes e inocentes, y de alguna manera, el resultado de la guerra y las decisiones que tomaron, fruto de la bisoñez y la inmadurez propia de jóvenes, marcaron para siempre el rumbo de sus vidas y fueron a la vez un estigma para nuestra familia.

Imaginé a mi madre sentada en su balancín de anea tejiendo unos pañitos de croché mientras hablaba con mi hermana, en aquel jardín de nuestra casa de Gerona, muy cercana al río. Un jardín espacioso, sombreado y fresco, lleno de rosales, geranios y enredaderas, que terminaba en las tapias blancas del huerto donde mi padre pasaba la mayor parte de las horas del día cultivando las verduras, hortalizas y la fruta que luego vendía en el mercado. En aquel jardín y en el huerto, transcurrieron sin duda los mejores ratos de mi infancia junto a mi amigo Alberto. Eramos dos diablillos traviesos pues con cinco o seis años pasábamos allí todo el día, nos bañábamos en la alberca y subíamos a los nogales en busca de nidos de jilgueros y verderones para meterlos luego en una jaula y que fueran criados en cautividad por sus propios padres. A los machos los utilizábamos para cruzarlos con canarias y sacar canarios híbridos que tenían un canto más potente y variado que el de los propios canarios. Aquella afición mía por los pájaros la heredé de mi padre, que desde muy pequeño me introdujo en las artes ornitológicas, a criar polluelos y reconocer por su plumaje y su canto a cada especie silvestre. Recuerdo que por las mañanas, apenas había amanecido, mi amigo y yo estábamos ya encaramados por los árboles del huerto y nos comíamos las mejores frutas; aquellas cerezas rojas tan fresquitas, duras y carnosas, con un intenso sabor ácido y dulce a la vez... Aquel huerto fue el escenario feliz de mis juegos y también, el lugar donde encontré muerto a mi padre muchos años después cuando ya era un anciano. La muerte le sobrevino de un infarto mientras regaba las matas de tomates con el agua de la alberca. Lo encontré tendido en el suelo boca abajo, con parte de su cuerpo sumergido en la acequia. Mi madre nunca superó su ausencia, es más, siempre he pensado que murió de pena pocos meses después de que él se marchara, porque mi padre fue para ella el amor de su vida. Formaron una pareja muy unida por el amor y la comprensión, y no aguantó vivir sin él... como si la vida desde entonces ya no tuviese ningún sentido para ella.


-- Parece ser que papá y la tía Nuria estaban ennoviados y aquí en el pueblo lo sabía todo el mundo -- continuó contándome mi hermana Julia --. Mamá era dos años más pequeña que la tía y también estaba enamorada de papá pero ni la tía Nuria ni él lo sabían. ¿Te imaginas a papá con veintidós años con su uniforme de capitán del Ejercito Republicano, con su gorra de plato y su bigote?...Tenía que estar guapísimo.

-- Bueno, lo he visto así en unas fotos que guardé cuando murieron los dos y vendimos nuestra casa de Gerona. Pero venga... sigue contándome. Por cierto, ¿qué edad tenía mamá cuando ocurrió todo esto?.


-- Dieciséis años y la tía diecinueve. Papá tenía veintidós y fue entonces cuando estalló la guerra y papá, como militar, se fue al frente a defender la República. Durante la guerra la tía le escribía todas las semanas y mamá también, aunque sólo como una amiga ¿sabes?, dándole ánimos para que supiera conservar la vida. Ocurrió que al finalizar la guerra papá pasó varios años en la cárcel y cuando regresó, las relaciones entre él y la tía se habían enfriado. Creo que fue la tía Nuria la que empezó a darle largas, al parecer le decepcionó que papá ya no fuera militar, pues tras la guerra fue expulsado del ejército y tuvo que dedicarse a la agricultura y a vender lo que cultivaba en el puesto del mercado que tú y yo hemos conocido. En esto que se cruzó nuestra madre que calladamente seguía enamorada de papá, según ella misma me contó. A ella le daba igual que nuestro padre fuera militar, hortelano o camarero, pues siempre estuvo enamorada de él y al final, él reparó en ella, se enamoró de su candidez, su bondad y belleza interior y se casaron. Yo nací un año después de que se casaran. Desde entonces, dice todo el mundo, que la tía Nuria cambió por completo de carácter, se encerró en sí misma y ya no consintió tener relación alguna con ningún hombre durante toda la vida, a pesar de que tenía mucho éxito pues sabes que era una mujer de extraordinaria belleza, más guapa incluso que mamá. Creo que se ha odiado durante toda su vida a sí misma y a nuestra madre, aunque con nosotros siempre fue como una segunda madre, eso hay que reconocérselo. En ocasiones, era muy dura pero también muy dulce y maternal, como si quisiera competir con mamá para que nosotros la quisiéramos a ella más. Parecía alegrarse de nuestros éxitos en la Universidad más incluso que nuestros propios padres, ¿te acuerdas como lo exteriorizaba?... Nos premiaba con regalos maravillosos que nuestros padres ni siquiera podían costearnos.

-- Sí, sí... claro que me acuerdo. Siempre me chocó eso. Nos hacía un seguimiento de nuestras carreras como si fuera nuestra madre y nuestro padre a la vez. Papá y mamá fueron muy generosos con ella, al permitirle que ejerciera cierto paternalismo sobre nosotros, que al fin y al cabo no éramos sus hijos sino sus sobrinos. A pesar de ese gesto bondadoso, cuando la tía venía a pasar alguna temporada a casa era siempre tan fría y distante con nuestro padre... Pobre tía Nuria, cuanto tuvo que sufrir a causa de aquellos hechos. Ahora entiendo lo discreto que era papá cuando las dos discutían, procuraba no inmiscuirse en aquella relación, se levantaba de su sillón del salón y salía al jardín para dejarlas solas.

-- Bueno..., la verdad es que al parecer ella cortó con papá radicalmente, pero no perdonó o no pudo superar que su hermana se casara con su antiguo novio. Ella debió sentir derecho exclusivo sobre nuestro padre a pesar de haberlo rechazado. Nuestra madre sí que fue una santa, pues toda la vida le perdonó a su hermana los malos tratos que de palabra no dejaba de depararle. La tía era una mujer un tanto rara y atormentada. No le des más vueltas. Estas cosas pasan... además, ya está descansando la pobre... Toda una vida rabiando. En fin, es raro que a estas alturas nos enteremos de estas cosas, pero en casa y dentro de nuestra familia siempre ha sido un tema tabú. Igual que la memoria de nuestro abuelo Manuel Arrizabalaga. No sabemos ni el aspecto que tenía, si era alto o bajo, flaco o grueso... Son cosas que pasan en las familias y que hay que guardarlas en la caja de Pandora.

Aquella conversación con Julia me trasladó al pasado. Me recordó la historia de mi abuelo, Manuel Arrizabalaga, cuyo recuerdo atormentó a la tía Nuria en sus últimos años de vida, y me hizo sentir viejas sensaciones y olores que ya había olvidado y que fueron parte importante de mi infancia, pero sobre todo me fascinó la historia de aquella tensa y dramática relación a tres bandas que se estableció entre mi padre, mi madre y la tía Nuria y que yo nunca imaginé. Conocer esos hechos me ayudó a entender mejor lo que había sido la vida de la tía y la de mis padres, y desde entonces no dejo de preguntarme si fue realmente o no mi padre el autor de aquel poema de amor que tan celosamente guardaba la tía Nuria entre sus ropas y que me dio a leer aquella tarde de otoño. También pensé que aquellos versos podían ir dirigidos a una niña pequeña que un día se hizo mujer y a la que su padre apenas vio una vez en su vida.
Aquellos pensamientos me persiguieron durante algún tiempo, y siempre me hicieron sentir mal, por lo que opté por olvidar este asunto para siempre, archivar el pasado y afrontar el futuro desde un presente optimista. Pienso que la vida de los muertos pertenece exclusivamente a ellos, que fueron los que la vivieron, y no de sus descendientes.

2 comentarios:

tuopinionesvalida dijo...

Este es el que mas me ha gustado, pero los anteriores tambien estan bien. La verdad que hecho de menos los dialogos mas cruzados y menos desarrollados.
Pero es un apunte personal. Por ahora he leido solo los tres primeros, y creo que tiene futuro la cosa.

Seguire en ello. Suerte y al toro.


A por cierto mete si puedes, la de antropostuopinionesvalida entre tus blogs. Y mandame de nuevo que es lo que tengo que hacer para tener mas visitas.

EL ZUBI dijo...

Estos relatos querido amigo, fueron concebidos así de manera buscada, intentando equilibrar lo prosaico con lo poético mas que los dialogos cruzados. Son relatos descriptivos. En todo caso te agradezco que hayas tenido la paciencia de leerlos. Un abrazo