domingo, 7 de marzo de 2010

LA POSADA DEL GALLEGO

Esta historia me la contó la propia Genoveva Taboada, una mujer gallega, de unos 85 años, que regentaba un Hotel Casa Rural en Vilalonga, La Posada del Gallego, a pocos kilómetros de la Playa de la Lanzada en Sanxenxo (Pontevedra), donde hace ya unos años, mi familia y yo, pasamos todo el mes de agosto. Una casona grande, de piedra, llena de frescor, encanto, antigüedad y cierto misterio. Mi mujer solía bajarse con los niños y con su madre a la playa por las tardes, momento en que yo aprovechaba para leer tranquilo en el porche de la casa que daba a un frondoso y verde jardín, en el que los cantos de los pájaros eran los dueños del recinto.
Una tarde Genoveva estaba allí cuando yo llegué. Estaba haciendo un pañito de croché sentada en su balancín. A los pocos minutos de sentarme junto a ella, Genoveva se dirigió a mi y con acento gallego muy cerrado me dijo: “joven veo que le gusta mucho leer novela. Si usted quiere le cuento una historia que ocurrió en O Grove, hace muchos años y cuya protagonista fue una buena amiga mía que estaba casada con un pescador de aquí. Ella era una mujer extremadamente guapa, tanto que yo creo que en aquella pareja él era… poco marinero para tanto barco ¿me entiende usted…?. Yo asentí con la cabeza sonriendo a la vez que me quitaba las gafas de leer, ya que la historia estaba empezando a interesarme más que el libro que tenía entre manos. Me dio a entender que su amiga, de la que se guardó mucho de mencionar su nombre, era muy fogosa y que tenía a todos los hombres del pueblo suspirando por sus huesos. Cuando su marido se hacía a la mar estaba faenando quince o veinte días, y durante su ausencia se decía que eran muchos los hombres que la pretendían y “con algunos mantenía relaciones con frecuencia, sobre todo con un apuesto Guardia Civil del puesto de O Grove que era andaluz, de Utrera quiero recordar. A la vuelta de uno de esos viajes su marido había dispuesto todo para emigrar junto a ella a Uruguay buscando salir de pobres, pues con la pesca… aquí si no mueres en la mar, mueres de hambre, hijo. Lo tenían todo dispuesto para salir al amanecer hacía la Coruña a embarcarse, mientras que los pocos muebles que tenían llegarían unas semanas más tarde en otro barco mercante con otra ruta diferente a la del barco de la pareja. La última noche que pasaron en el pueblo, él se marchó al bar del pueblo a despedirse de sus amigos y le dijo a su mujer que no le esperara pues regresaría muy tarde. No se cómo, pero aquel Guardia Civil andaluz se presentó en su casa a los pocos minutos de marcharse el marido, y los dos amantes pasaron casi toda la noche juntos. Lo que no esperaban ellos es que el marido llegara antes de lo previsto. Ella se percató rápidamente de su presencia en la casa, e hizo que su amante se metiera en pocos segundos en el armario del dormitorio, y a duras penas le dio tiempo a pasarle el uniforme con los correajes, el tricornio y el arma reglamentaria, dándole severas recomendaciones para que no hablara, ni se moviera, ni respirara siquiera, echándole la llave al armario antes de comenzar con la mudanza, con la promesa de que lo sacaría de allí en cuanto pudiera. Aquel armario, aun vacío tenía que pesar bastante pues era de madera de olivo macizo”.
La vieja seguía haciendo ganchillo mientras disfrutaba del balanceo de su butaca. Me dijo que el marido llegó con tanta prisa que tuvieron que salir pitando apenas sin equipaje sin tiempo para nada, pues en la puerta de casa había un enorme camión de la mudanza, cuyos operarios ya comenzaban a embalar los muebles para meterlos en el camión, y un taxi que les llevaría a la Coruña para embarcar a Uruguay. “Lo cierto –continuó relatando Genoveva-- es que la chica se olvidó por completo de su amante, no sé si consciente o inconscientemente. Tres meses después recibí una carta de ella contándome que ya estaban completamente instalados allí, y que su marido había encontrado un buen trabajo en Montevideo, aunque los muebles nunca le llegaron, porque al parecer el mercante, que llevaba en un contenedor los pocos enseres que ella había heredado de su familia, se había hundido a su paso por la zona del Caribe. Ella en su carta no me habló para nada del pobre Guardia Civil de Utrera, pero si recuerdo que unos días después de la marcha de la pareja del pueblo, hubo un gran revuelo entre la Guardia Civil y las fuerzas del orden de la zona, pues había desaparecido sin dejar rastro un agente de la comandancia de O Grove que nunca llegó a aparecer. Yo enseguida comprendí que ese pobre hombre había muerto allí en aquel barco, y que estaría en el fondo del mar encerrado en aquel armario recio de madera de olivo que a la postre le sirvió como féretro para el viaje eterno…”
La historia me resultó alucinante y angustiosa, pero no le di más importancia. Una historia de viejos, me dije yo. Con el tiempo pensé, que si lo que aquella anciana gallega me contó aquel día hubiese ocurrido verdad, tenia que ser la propia Genoveva la que dejara encerrado a su amante en el armario. Preguntando por el pueblo, supe que Genoveva había pasado la mayor parte de su vida emigrada en Montevideo donde su marido había hecho una gran fortuna, una fortuna que ella heredó cuando él murió, y que volvió a su tierra al poco de quedarse viuda. También supe que Genoveva no tuvo hijos, y que con su fortuna compró ese palacete que ella convirtió en Hotel Casa Rural, La Posada del Gallego. En todo caso, he procurado en estos años olvidarme del asunto, cosa que no he conseguido del todo porque la imagen de aquella anciana inofensiva me sigue dando vueltas en la cabeza. Desde luego no hemos vuelto a pasar más por La Posada del Gallego. Ni siquiera hemos visitado Galicia desde entonces. Esta historia jamás se la he contado a nadie, ni siquiera a mi mujer, pues de haberlo hecho incluso podrían haberse reído de mí. En todo caso… después de sesenta años de los hechos ¿a quién le iba a interesar un asunto como este…?.

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